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Una de las mejores opciones para descargar libros entre Los criados les replicaron que el puesto de fregona ya estaba cubierto. Se besaban con la intensidad de quien se pertenece, ajenos al mundo. Las risas se cortaron de golpe cuando los alumnos advirtieron que el muchacho llevaba la escopeta de su padre en la mano.
Se hizo el silencio, y muchos se alejaron. Lo cierto es que pensaba hablarte del tema. Tu madre y yo estamos discutiendo acerca de tu futuro. Tu madre y yo tenemos grandes planes para ti. El plan de Moliner era impecable. Este domingo. Sellaron el pacto, un matrimonio secreto, en los labios. Vete antes de que venga mi padre.
Ahora vete. Lo cual, si uno lo piensa, no es tan sorprendente. Poco importaba. Su presencia en el recinto, las aulas o incluso los jardines estaba terminantemente prohibida. Suerte en la vida. La vas a necesitar.
A una treintena de metros, en el patio de las fuentes, un grupo de alumnos le observaba. No se preocupe usted. El reloj cercaba, contando los minutos en fuga. Escribe libros. No cartas.
Nunca la vi. Nos vamos. Vay a usted tirando. Los dos matarifes se apostaron a nuestras espaldas, tan cerca que pude sentir su aliento en la nuca.
Si es mi viejo amigo, el hombre de las mil caras —dijo el inspector Fumero. Cojones de toro. Lo que y o digo. Hala, largando.
Hemos venido a visitar a un familiar. Mira, porque hoy me coges de buen humor, porque si no te llevaba ahora a jefatura y te daba otra pasada con el soplete. Me he cagado en los pantalones. No me apetece romperte el brazo. Y eso va por ti y por el lelo de tu amigo. Durante todo el episodio fui incapaz de abrir la boca. Recuerdo el impacto sordo, terrible, de los golpes cay endo sin piedad sobre mi amigo.
Yo no me ensucio la mano con cobardes. Sus deseos de abandonar la escena eran palpables. Se alejaron riendo en la sombra. Si tengo que palmarla, que sea en sus brazos.
La carrera en el taxi se me hizo infinita. La voz me temblaba. El conductor me lanzaba miradas furtivas desde el espejo. Has hecho bien. Ya sabes el camino. Se te ha echado de menos. Una tiniebla perlada se filtraba por el ventanal que daba al patio interno de la finca, sugiriendo los perfiles de la estancia y el juego de baldosas esmaltadas del suelo y las paredes.
Pese a todas mis maldades, sigo sin poder verte. Nunca volviste a despedirte. Te dejo para que te vistas. El espejo mostraba un vendedor a domicilio, desarmado de sonrisa. No hay que preocuparse. A juzgar por las marcas y cicatrices que lleva en el cuerpo, este hombre ha salido de peores lances y es todo un superviviente. Incluso las autoridades tienen derecho a un poco de paz y sosiego nocturno.
La Bernarda suspiraba en su taburete, a merced del brandy y el susto. Bien cargado. Los ecos del piano de Clara nos llegaban en efluvios a destiempo. En el otro extremo del piso, Clara humillaba a Debussy. Daniel y y o nos quedamos despiertos por si hace falta algo. Y no me discuta. La quiero dormida en cinco minutos. Aunque y o duermo encima de la colcha. Tengo que llevar la casa con mano dura. Dime, Daniel, ahora que no nos oy e nadie. Venga, en confianza. Hazte a la idea de que soy tu confesor.
Ocasionalmente tomaba notas a mano alzada o levantaba la mirada al infinito como si quisiera considerar las implicaciones de cuanto le relataba. Hablar es de necios; callar es de cobardes; escuchar es de sabios. Prosigue, por favor. Me hablabas de esta muchacha pizpireta… —Bea. Sin duda sus palabras son consecuencia del trauma. Escoltamos al doctor y a su enfermera hasta la puerta y les agradecimos efusivamente sus buenos oficios. Menudo susto. He encajado palizas peores.
Ese Fumero no sabe pegar ni un sello. Ya veo que se mueven ustedes en las altas esferas. La primera vez que viene usted a mi casa y acaba en la cama con la doncella.
Sepa que mis intenciones son honestas, don Gustavo. Y ahora, a ver. Esto parece el rapto del serrallo. Usted decide. La Bernarda roncaba como un becerrillo. Muy raro lo veo y o. Casi contra natura. No hay padre en el mundo que haga eso. No importa la mala sangre que pudiera haber entre ellos. Todo lo que sabemos es, como usted dice, de tercera mano, o de cuarta. Con porteras o no.
Perlas cultivadas al por may or. Le das a entender que sabes que te ha mentido y que esconde algo, mucho o poco, y a veremos. Mientras Daniel le pone el cascabel al gato, usted se aposta discretamente vigilando a la sospechosa y espera a que ella muerda el anzuelo. Una vez lo haga, la sigue. Tarde o temprano. Anda, vamos. Que se olvide. Vencidos acaso los dos. Todas nuestras protestas cay eron en saco roto. Tiene usted mi palabra de que y o hoy no levanto ni sospecha.
Zorrilla es un dramaturgo. A lo mejor le interesa a usted el don Juan. El rostro tallado, sin mirada ni alma, temblaba bajo la superficie. Todos excepto uno. Vamos a echar un vistazo. Nos vestimos aprisa y a ciegas. Es el viento. Estaba en una cripta. El polvo, un manto de cenizas, los enmascaraba.
Algo o alguien se estaba desplazando desde la oscuridad. La voz del diablo. No me detuve a darle explicaciones. Mis dedos dieron con la llave. Nos alejamos avenida abajo a paso ligero. Descendimos por Balmes hasta Consejo de Ciento casi sin mediar palabra. Es que me ha pillado por sorpresa. Ahora ven a desay unar —dijo mi padre.
Alguien debe de haberla sorprendido. A las tres empezaron las primeras goteras. Ni al otro. Las otras dos se adelantaron, desafiantes.
Ahora tengo que irme. En contra de lo que usted cree a pies juntillas, el universo no gira en torno a las apetencias de su entrepierna. Otros factores influy en en el devenir de la humanidad. Salga de su cabeza y tome la fresca. Me parece preocupante. Yo invito. Yo pienso esperar en la salita, ley endo una revista y contemplando el percal de lejos, porque me he convertido a la monogamia, si no in mentis al menos de facto.
Hay que hacer algo ahora mismo. Estamos a lunes. Una cosa es creer en las mujeres y otra creerse lo que dicen. Pasaron cinco segundos eternos. El tono era acerado, de pura rabia contenida. La conozco. Las facciones me resultaron familiares. No me sea cenizo y haga lo que le digo, Daniel. No se vuelva. Fumero debe de estar reclutando aprendices en el Cotolengo. Cada veinte segundos nos lanzaba una mirada de soslay o.
Le veo un tanto disperso, Daniel. Veinte duros de garbanzos hervidos o el escroto. Luego, con golpe de efecto, se va y la deja macerar un rato en los jugos del resquemor. Ni le haga caso. No ha hecho usted nada malo. Ya tiene la vida suficientes verdugos para que uno vay a haciendo doblete y ejerciendo de Torquemada con uno mismo. Por entonces, y o trabajaba para el gobierno de la Generalitat. Parte de mi trabajo era estar al tanto de los individuos como Fumero.
En las guerras brotan de todas partes. En tiempos de paz se ponen la careta. A miles. Yo no soy un hombre valiente, Daniel. Las peores se quedan dentro. Me detuvieron cuando intentaba abordar un carguero rumbo a La Habana. Una vez te dan el carnet de ese club, nunca dejas de ser socio. La vida en la calle es corta. Otro mes en la Modelo, palizas y a la calle otra vez. Lo dejaba pudrirse vivo.
Cualquiera en su lugar hubiera hecho lo mismo. Usted es mi mejor amigo. Usted y su padre me han salvado la vida, y mi vida les pertenece.
A veces vuelve, en pesadillas. Al rato decidieron ignorarnos. Los Rey es Magos, el ratoncito dientes, el que vale, vale, etc. No se sienta culpable. Al llegar al rellano del cuarto me detuve a reunir valor y urdir alguna excusa con la que justificar mi visita. El humo azul del cigarrillo le velaba el rostro. Eso es lo que entiendo.
Vete de esta casa y no vuelvas. Ya has hecho suficiente. Nuria Monfort estaba sentada en el suelo, contra la pared. Te la he dejado junto a la caja. Valiente plan. Dos meses. Ocho semanas. Me quedaban cinco millones ciento ochenta y cuatro mil segundos de libertad. Tiene un abono de gallinero en el Liceo. Le gustan Verdi y Donizetti. Me dijo que en su trabajo lo importante es seguir el reglamento.
La causa de la muerte, aparentemente, era una herida de bala. Don Manuel dice que es un lance que no le desea a nadie. Sobre todo porque aquello no casaba con el reglamento. Daniel Sempere, el vecino de su amiga la Merceditas. Un largo silencio. Ya lo sabes. Lo que me sorprende es que no te hay as casado y a. Se llama Jacobo. Felicidades otra vez. Se limitaba a remover aquella sopa aguada y sin sabor con la cuchara, como si buscase oro en el fondo.
Las pisadas se detuvieron en nuestro rellano. Una nueva andanada de golpes hicieron tambalearse la puerta. Las siluetas de Fumero y sus dos secuaces de rigor se recortaban en el reluz amarillento del umbral. Mi padre vociferaba en el recibidor bajo la presa de los dos agentes. Apenas pude descifrar sus palabras. Es la verdad. Eche un vistazo. Ni jueces, ni hospitales, ni hostias. Me voy a tomar mi tiempo. Se lo puedes decir si lo ves.
Porque voy a encontrarle aunque se esconda debajo de las piedras. Cuchillas de luz se perfilaban desde las puertas entreabiertas de varios vecinos, sus rostros atemorizados asomados en la penumbra. Nuestras miradas se encontraron. Llegaron tres nuevos golpes. Eso es todo. Una mirada oscura y recelosa me observaba. Pase, que le aviso. Daniel Sempere. Me ha dicho que le diga a usted que se marche. Anda, pasa, que y a tengo arreglado lo tuy o. Don Federico me observaba fijamente, la sonrisa intacta.
Un misal. Amigo Daniel: No crea usted una palabra de lo que dicen los diarios sobre el asesinato de Nuria Monfort. Como siempre, es puro embuste. Yo estoy sano, salvo y oculto en lugar seguro. No intente encontrarme o enviarme mensajes. Usted no haga nada. Todo suy o. Los quioscos de las Ramblas y a mostraban sus luces a lo lejos. Como viviste. Una avenida de cipreses se alzaba en la bruma. Las siluetas de media docena de personas se alineaban contra un cielo de ceniza.
Dos enterradores lo custodiaban, apoy ados sobre las palas. Su esposo, supuse. Las palabras ciegas del sacerdote, desprovistas de sentido, eran cuanto nos separaba del terrible silencio.
Una silueta fumaba un cigarrillo en el interior. Nos perdimos en la carretera y recorrimos un buen tramo sin despegar los labios. En sus labios, aquellas palabras me parecieron una obscenidad, un insulto. Ahora no estoy de servicio.
Esto y a ha ido demasiado lejos. Te pido que dejes correr este asunto y que te olvides para siempre de ese hombre, de Carax. No quiero tener que asistir al tuy o. Este coche huele a muerto, como usted. Al llegar a la plaza del Portal de la Paz me detuve a contemplar los muelles junto al embarcadero de las golondrinas.
Una vela. Una cuchilla de luz rojiza despuntaba bajo el marco de la puerta entreabierta. Los muertos nunca acuden a su propio entierro. Usted puede venir cuando quiera». Poca luz. Una finca vieja. Poco futuro. Un marido sin oficio ni beneficio. No lo dude ni por un instante. Estaba muy inquieta, preocupada por algo que no me quiso contar. Estaba abierto. Ahora le pertenece a usted. Le pertenecen a usted. Si te apetece, lo recaliento y … —No tengo hambre, gracias.
Por entonces, y o trabajaba para el editor Josep Cabestany. Pero lo seguiremos intentando. No tuve valor para cuestionar las indiscreciones financieras de Cabestany. Nos hicimos buenos amigos casi sin darnos cuenta.
Germain, y ahorrarme el dinero del hotel para otros gastos. Desay unamos en la balaustrada. Mi primera cita era aquella misma tarde. No se aviene a razones. Los domingos lo llevaba al teatro o a un concierto. Contemplamos la lluvia en silencio durante un largo rato. No hizo falta que respondiese. Cuando nos encontramos de nuevo no hizo falta que le dijese nada. Sus ingresos como columnista y traductor estaban lejos de permitirle mantener semejante domicilio. A veces le temblaban las manos. Yo le visitaba todos los domingos y le obligaba a salir a la calle y a alejarse de su mesa de trabajo y sus enciclopedias.
Don Ricardo Alday a echaba espuma por la boca. Miquel le enviaba dinero, libros y su amistad. No sin antes saber su causa. Jacinta Coronado iba a pasar sus tres primeros meses en una celda incomunicada. Todo cuanto el sombrerero destilaba de afabilidad y entusiasmo, don Ricardo exhalaba en crueldad y fortaleza. Ascendieron hasta el piso principal.
Martes y jueves, a las tres de la tarde. Le faltaba todo, menos el apellido. Don Ricardo Alday a nunca olvidaba nada. Para poseerla total y plenamente. Ya por entonces, el imperio Alday a se desmoronaba en silencio, en juntas secretas y reuniones de pasillo en Madrid y en los bancos de Ginebra.
Cuanto importaba era poner distancia. Fumero detestaba a las gentes sin tono muscular. A Fumero, los viejos —al igual que los tullidos, los gitanos y los maricones— le daban asco, con tono muscular o no. Nadie excepto una mujer apellidada Monfort que se negaba a divulgarla.
El nuestro fue un matrimonio secreto. Alday a esperaba esta respuesta. Mis intentos de odiarle fueron vanos. Un hombre de negro, de rasgos cincelados con indiferencia y labios finos como una cicatriz abierta. Hablaba con dificultad y cansancio. No es una boda. Es un contrato. Le ha ay udado desde siempre. El eco de aquellas palabras nos cortaba demasiado de cerca. No tardamos en averiguarlo. Miquel vio claro el juego de Fumero. Hicimos una lista de esos lugares y empezamos nuestro periplo.
Estaban desiertas, sin un alma a la vista. Por mucho que llamamos no quiso abrirnos. Un cristal. La figura se detuvo en seco. Fumero te busca. Unas fiebres. Ya me estoy recuperando. Se refugiaron en una mesa al fondo, lejos de la entrada y los ventanales. No hay nada que agradecer. No tengo derecho a nada.
He estado en casa. En casa de mi padre. Nadie le iba a arrebatar a su hijo de nuevo. Esto es algo que debo hacer y o. Las trazas espectrales de tres gabardinas grises aleteando tras las ventanas. Tres rostros escupiendo vapor en el cristal. Ninguno de ellos era Fumero.
Uno de ellos les miraba de reojo. Los otros dos se palpaban el interior de la gabardina. Pero Nuria te espera. Miquel nunca tuvo tiempo de hacer un tercer disparo. Antes de desplomarse sobre la acera sembrada de cristal ensangrentado, y a estaba muerto. Nunca subestimes el talento para olvidar que despiertan las guerras, Daniel. Era una sombra. No le dije nada a nadie. El pomo empezaba a girar desde el interior. Nos tendimos en el lecho, abrazados en silencio. Los dos.
Mientras hay a tiempo. La sostuvo hasta que nos bajamos. Los ventanales de la primera planta estaban tapiados con tablones recubiertos de y edra. Nos detuvimos al pie de la escalinata. Era el piso que albergaba las estancias del servicio. Descendimos de nuevo hasta la planta baja. Contaba los segundos que nos separaban de la puerta. Ahora y a ves que no hay nada. La brecha de claridad del exterior apenas quedaba a media docena de metros.
Pude oler la maleza y la llovizna en el aire. La puerta al extremo del pasillo estaba tapiada. Un muro de ladrillos rojos, toscamente dispuestos entre argamasa que sangraba por las comisuras. Una tiniebla azul, espesa y gelatinosa, emanaba del otro lado. Vi en ella miedo y desesperanza, como si intuy ese la negrura. La llama temblaba, apenas y a un soplo de azul transparente.
Odiaba a Miquel por haberle querido obsequiar con una vida que le pesaba como una herida abierta. Odiaba cada segundo robado y cada aliento. Las calles desoladas sangraban bajo la lluvia. Out of these cookies, the cookies that are categorized as necessary are stored on your browser as they are essential for the working of basic functionalities of the website.
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